FÉNIX

Para el concurso de Zenda: "Historias de bicis".


FÉNIX

Atrapada en la melancolía; soportando su abandono en un trastero agrietado que rezuma nostalgia: presa entre los muros de una celda opaca en contra de su voluntad. Tras la pared habita la inconsciencia; seres deshumanizados pegados a una pantalla con ojos resecos. Narcótica degustación de gigabytes como una calada de opio que no cesa. Extasiados dedos pulsátiles como enloquecidos mecanógrafos dispuestos a batir su último récord.

Ella adherida a la soledad, escucha impotente carcajadas y silencios, envejecida por su ostrascismo rebusca y rebusca una escapatoria. Necesita ser libre y liberarlos de ese nefasto modo de entender la pasajera existencia.

Martín, padre de dos hijos, había perdido el norte desde aquel día. No superaba la pérdida de su esposa. Los cuatro solían pedalear por el bosque. Beberse el cristalino aire mientras las hojas vestidas de ocre crujían a su paso. La hermosura con que viraban los pigmentos a medida que se consumía cada estación no tenía límite. Para cicatrizar esa brecha, que nunca subiría al tren del olvido, se había dejado embaucar por la banda ancha naciendo una dependencia que contagiaba a sus vástagos a los que prohibió bajar al trastero.
Mas una tarde sus hijos, empujados por una lozana transgresión pueril, abrieron su puerta. Los primeros rayos de luz artificial en meses prendían levemente un halo de esperanza.
Ella les observaba inmóvil como una adolescente que suplica al cielo que un príncipe la saque a bailar. Suspiraba su cuerpo de metal; sus hirsutos frenos ya no detendrían la huida de esa hermética sala: nada ni nadie les impediría seguir adelante.
— ¿Qué hacéis aquí?— Martín preguntó enfurecido— Os he dicho mil veces que no se os ocurriera bajar.
— Estábamos limpiando la bicicleta de mamá— repuso el mayor, tembloroso—. Queremos volver a pasear por el bosque.
— No— exclamó incluyendo un puñetazo a la puerta. Ella, seguía impertérrita sujeta por las suaves manos de los pequeños—. ¡Esa puta bici no va a volver a pisar la calle nunca!¿Lo habéis entendido?Nunca— su aterradora sentencia hizo llorar al más pequeño.
El miedo enmudeció durante interminables segundos a aquellos pequeños que soñaban con una nueva oportunidad; y a aquella bicicleta que a pesar del óxido de su encierro aún desprendía el ligero perfume de Ana. Pedaleando conoció a Martín y no todo se había ido de ella.

— Es que ya….ya estamos hartos de pasar los días enganchados al móvil, sin hablarnos, sin respirar el aire de la naturaleza, sin que nos abraces. No parecemos una familia. Esto es una mi….—Martín segó con una bofetada aquellas palabras cargadas de verdad del mayor. Lo apartó con violencia de delante de la bici. Ella preveía su final convertida en chatarra o inmolada en un horno de fundición. Martín cayó de rodillas frente a ella. Se aferraba llorando como un niño.

— ¡Perdóname!¡perdóname!Yo no quería. No quería, mi vida.

Martín no se perdonaba el atropello de Ana. Él la había convencido de tomar el sendero del Fénix por su menor longitud y relieve menos abrupto que el propuesto por ella. La mala fortuna quiso que la temeridad de un conductor la embistiera en una de las curvas del trazado. No se pudo hacer nada por salvar su vida.

Sus dos hijos le abrazaron. Nunca lo habían visto derrumbarse así en los tres años que habían transcurrido desde aquel fatídico episodio. Sintió calor, agarrado al manillar de la bici comprendió que el alma de Ana habitaba en ella y que, el amor por su familia, por los bellos momentos vividos y por vivir, seguiría fluyendo en cada pedalada. Se levantó y le dijo a sus pequeños:
— Perdonadme por todo este tiempo. Por no atenderos como un verdadero padre. Donde quiera que esté mamá, sé que nos escucha y anhela vernos recorrer el bosque como lo que éramos. Quiero montarme en esta bici de nuevo. Quiero renacer.




Y llegó la primavera. Martín y sus hijos volvían a surcar los senderos de aquel mágico bosque engalanado de flores. La bicicleta de Ana contemplaba de nuevo aquellos parajes infinitos sintiendo el calor, la fuerza y las ganas de vivir de su marido. Habían dejado los gigabytes en un cajón para gritarle al viento que por fin volvían a ser una familia.

Comentarios

  1. Buena idea y bonita historia. Un poco dura a ratos.
    ¡Ánimo y sigue con la prosa!

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